Luzía Sonríe...

Si las pulgas hablaran, picarían menos.

Toma teta!

Algunas reflexiones personales sobre la lactancia materna.

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Podríamos haber cerrado esta etapa hace mucho, pero ni mi hija ni yo hemos sentido todavía esa necesidad. Para ella la “tetita” dará leche siempre y si en alguna ocasión “se seca” solo hay que esperar un poquito y vuelve a fluir como antes. Sin embargo, yo sé que llegará el día en el que una de las dos sentirá que es el momento de despedirse de esta forma de unión. Está bien, aunque ya sé que echaré de menos sus miradas, sus sonrisas y caricias mientras que a través de mi cuerpo alimento y nutre no solo su parte física. 

Ya son tres años y medio de lactancia materna. Una barbaridad para muchos, pero hasta los seis o siete que se estima puede durar, aún me queda la mitad del camino. No es algo que me haya planteado como meta, nunca tuve un objetivo específico al iniciarme en esto de la lactancia materna. Solamente sentí que era la forma en la que quería alimentar a mi hija desde su nacimiento sin más expectativas ni objetivos, porque desconocía la realidad a la que me enfrentaba hasta poder vivirla personalmente, como todo lo que supone la maternidad. Por mucho que leas, te informes y trates de imaginarte cómo será, ser madre siempre te arrolla y te sorprende, de todas las maneras posibles, porque cambia hasta tu estructura cerebral, así que con la lactancia me he dejado llevar por lo que el instinto y lo que me decía el corazón.

Seguir dando pecho tras tanto tiempo no es algo que me pese, ni es para mí un sacrificio, ni tampoco muestra mi incapacidad para “despegarme” de mi hija y aceptar que va creciendo. La lactancia materna que dura más de lo que se considera como habitual, no es, por lo general, un problema de apego por parte de la madre, y esto, personalmente, lo he valorado profundamente. Tampoco “creará” niños más dependientes e inseguros, porque sobre esto influyen otros factores que nada tienen que ver con la lactancia, sino con el comportamiento de los adultos, la educación y el respecto con el que nos tratemos entre nosotros y a los niños, el tiempo que les dedicamos y un largo etcétera. 

Dar “teta” más allá de los 2 años, que es el mínimo que recomienda la OMS (el MI-NI-MO) no es lactancia prolongada, ni un problema psicológico de la madre, ni nada por el estilo. Es, simplemente, algo natural, que nos venía de serie como mamíferos que somos, pero que hemos perdido por el camino hacia nuestra “evolución” como seres humanos, junto con otras tantas cosas. Aún con todo, y siendo lo más natural que hay, el tipo de lactancia elegida es una decisión de la madre y sus circunstancias y ahí no debería haber nada más que decir ni opinar.

Me siento muy segura de mantener la lactancia materna durante el tiempo que nos apetezca tanto a mi hija como a mí, sin forzarlo y sabiendo que antes o después llegará el final de esta maravillosa etapa sea por mi parte o por la de Alba y lo aceptaré de manera natural si ella así lo quiere y trataré sea de la forma más respetuosa posible, si la decisión viene de mi parte. 

Sin embargo, desde hace ya bastante me escondo para dar pecho, ya no solo por tener algo de intimidad, sino por sentir que es algo que a partir de cierta edad está mal visto y fuera de lugar y que genera cierto rechazo a gran parte de la sociedad. Me siento juzgada por ello, y aquí entiendo que mis inseguridades juegan un papel importante. Pero, es cierto que, a pesar de ser lo más natural del mundo, siempre suscita muchas miradas de incomodidad, comentarios, conversaciones o incluso directrices y consejos hacia la madre que, cuando han ido dirigidos a mí me han llevado al bucle de la justificación, buscando una comprensión y una aceptación que en realidad no es necesaria. Desde la etología, quizá este rechazo en algunos aspectos podría tener su razón de ser y su función biológica, no lo sé. Pero, más allá de esto durante años se han difundido ciertos mensajes y creencias que han generado mucha confusión y rechazo o bien se han generado “modas” que la sociedad ha aceptado e integrado como una manera más adecuada de criar a los hijos, a veces más moderna, sin tener en cuenta lo que dice la investigación científica.

Es la semana de la lactancia materna (o ha sido… para estas cosas soy un despiste) y me ha costado mucho lanzarme a publicar esto, porque supone dar luz a algo que yo misma no comprendía hasta vivirlo en mis carnes y que últimamente me hacía sentir otra vez «el bicho raro». Sin embargo, una vez que me he lanzado a escribir sobre el tema, me ha dado para varias publicaciones que ya veré si me animo a subir.

Me siento orgullosa y afortunada por haber conseguido dar de mamar a mi hija durante tanto tiempo, porque no es un camino fácil. Desde mi profesión, sé que es uno de los mayores regalos que puedo hacerle a Alba, por todos los beneficios que ya se conocían de la leche materna y todos los que la investigación poco a poco va describiendo, entre ellos el vínculo de apego y otros elementos que van más allá de la propia alimentación. Y aún así, aún estando segura de lo que hago, porqué lo hago y de, además, poder hacerlo, me sigo escondiendo para evitar sentir el rechazo por amamantar a mi hija, de más de tres años, que ya tiene dientes, habla, camina y decide por sí misma lo que quiere y lo que no… Pero, la influencia de Araceli García de Ciencia Madre siempre es un gran aliciente para reflexionar sobre esto llamado “maternar” y para reforzarme a mí misma desde la confianza, la escucha activa a mi instinto natural y la unión tan intima que hay entre una madre y su cría, que va más allá de todo conocimiento que se tenga. Es nuestra naturaleza mamífera. 

Se lucen tetas en la playa sin que nadie ponga el grito en el cielo, algo que me parece maravilloso, natural y libre, pero si a esa teta se le une un niñ@ de cierta edad lactando, nos sorprendemos, nos llama la atención y muchas veces juzgamos a esa madre y la criticamos por ser algo raro.

Raro.

Y lo cierto es que sí, hoy día sigue siendo raro. Sé que cada vez menos, pero continuamos siendo muchas las que escondemos nuestra lactancia “prolongada”, por no incomodar, por no parecer madres neuróticas, extremas o “enfermizas”, por no sentir la necesidad de justificar algo tan natural como alimentar a un bebé/niño de pocos años de edad que si lo dejamos, se destetará por sí mismo cuando lo crea conveniente y, generalmente, antes de esos 7 años. Por mucho que nosotras, las madres, quisiéramos prolongar más la lactancia, sería imposible si el niño decide acabar. Y lo hace, es evolutivo. 

La lactancia materna, y aquí no hablo como madre, sino como profesional, es nutricional y fisiológicamente la opción más adecuada para alimentar al bebé, siempre y cuando la madre así lo desee. Y aquí el respeto a su decisión es la prioridad, incluyendo tanto el tipo de lactancia ofrecida (materna, artificial o mixta) como la duración de la misma (siempre cumpliendo los mínimos establecidos como necesarios para la correcta alimentación del bebé, claro). La lactancia materna puede durar tanto como la madre crea conveniente o pueda mantenerlo, ya que en determinados momentos “conciliar” (nótese el rintintín…) trabajo y lactancia es un rompecabezas agotador y complejo. Pero, esto lo dejaré para otro día.

Y si algo sé de buena mano es que todo lo relacionado con la maternidad requiere de un acompañamiento y un apoyo por parte de la comunidad. La mujer no debería sentirse sola, aún sabiendo que un bebé es una responsabilidad de la pareja o de uno mismo, pero somos animales sociales donde nuestra cualidad de grupo nos ofrecía una ventaja evolutiva y de supervivencia superior, pero, en nuestro afán por modernizarnos, hemos tratado de hacernos solitarios. Pero, la realidad es otra y me alegra que el acompañamiento de la madre durante el embarazo y, especialmente, durante el postparto sea cada vez más frecuente y común. Ha tenido que profesionalizarse, en lugar de ser parte de nuestra naturaleza, de nuestra condición humana, lo que por otra parte me parece muy positivo, ya que cada vez se abordará cada caso desde la especialización y conllevará una resolución de una manera más óptima y adecuada, en muchos casos desde la ciencia y el conocimiento, no desde las creencias y mitos. Cuando eres madre la comunidad se encuentra ya sea dentro de la familia, en el grupo de amigos o entre los cada vez más profesionales especializados en todo lo relacionado con la maternidad y que desde la pasión generan un grupo para arropar a todas las madres que lo necesiten. Y esto hace que la dureza de la maternidad se transforme.