El agua salada tiene algo que me depierta.
Qué distinto es un océano del mar, qué diferente es el Atlántico del Mediterráneo. Y cuánto remueven los dos en mi interior. Esa personalidad que a cada uno les caracteriza y que me desbordan nada más impregnarme de la bruma que desprenden.
Esas olas, ensordecedoras, constantes, con carácter. Esas que te golpean en lo profundo, que despiertan torbellinos de emociones, que te refrescan el alma. Ese océano delante, con los reflejos de la luna, con todos los colores perfilados, con la marea que te engulle cada noche.
Tenerife eres un paraíso, eres ese hogar en la distancia, esas raíces que te apropias como parte de tu ser. Sentir que regresas a casa, después de un largo viaje. Y es, quizá, esa capacidad cambiante tuya la que tanto me atrapa, la que disfruto, en cada elemento, en cada microclima que te caracteriza, con tu niebla y tu sol, con tu frío y calor.
Recorrerte ha sido un regalo, ha sido una de las aventuras más interesantes de este año, un recuerdo vivo en mí, una risa constante de vida, de amistades de un solo día, que parecen un reencuentro con la infancia.
Tenerife te conocí en un instante de mi niñez que apenas recuerdo, pero hoy que vuelvo me doy cuenta cuánto calaste en mí aquel solo día que visité. A ti nadie te dice qué hacer crecer en tus tierras, nadie te dice cómo amanecer cada día ni te cambia de parecer si anhelas la lluvia. Tú muestras lo que quieres cuando quieres y a mí me hiciste el regalo de tus paisajes, de ver tu esencia, tu lluvia, tus claros. Lo salvaje.
Ver aparecer el Teide a lo lejos para que desaparecieran entre tus nubes al día siguiente. Esa imagen a tu capricho.
Ay, que maravilla descubrirte, sentirte, quererte. Tú, un pedacito más de esta Tierra que habitamos, un pedacito más de este Paraíso al que cada día faltamos al respeto, al que cada día escupimos como si no le debiéramos nada, como si fuéramos “algo” importante. Ese pedacito de Tierra que un día agotará su paciencia.
Cómo no quererte si eres parte de mí? Cómo no querer quedarme contigo un poco más, si es como el brotar de una semilla en mi interior? Esa semilla que aguanta el pasar del tiempo, las inclemencias, que resiste y dormita hasta que un día encuentra sus condiciones ideales, hasta que ese día llega y todo confluye y despierta, crece, arranca y nadie la para, ya nada ni nadie va a impedirle crecer, ya nada puede desprenderte de mi interior, porque has echado raíces dentro de mí. Porque tú, mujer, me has invadido. Te esperaba con los brazos abiertos, aún sin darme cuenta de ello.
Lejos, muy lejos podré estar, que un simple color, una brisa fresca, un día de niebla me llevará hasta tus recuerdos, me hará volar hasta tus tierras de otro planeta, tus helechos, tus colinas de cactáceas y euforbias, tus plataneras, tus drago y palmeras… Hasta tus rincones, tus olas, tus risas incontrolables, las que arrancan sin aviso.
Me regalaste una aventura, me regalaste años de vida en un instante, me llevaste hasta el límite, hasta cumplir mis sueños profundos, hasta descubrir que los sentidos se pueden desbordar con una simple imagen tuya.
Sueño con volver un día, pero si no volviera no sentiría añoranza de ti, porque has invadido mis profundidades, floreciendo en mis rincones. Tus olas resuenan entre mi carácter inseguro y me regalan esa fuerza que te caracteriza, me agarran a la vida como las lapas a tus rocas. Me refuerzan.
Ay, Tenerife, has sido toda una aventura…